Por Pablo Montaño
Uno de los miedos más sonados durante las campañas presidenciales es el de ver debilitadas las instituciones mexicanas por un gobierno irresponsable y reactivo. Concretamente, esta amenaza suele acompañar a López Obrador por su repetido desplante de mandar “al diablo las instituciones”. No obstante, este relato no pretende defender o atacar a AMLO y su relación con las instituciones mexicanas, más bien, pretende hacer un corte de caja y voltear a ver cuáles y cómo nos quedan. Con lo mucho que nos ha preocupado la integridad de éstas, hoy sorprende encontrarlas reducidas a una comedia barata del ridículo reiterado.
Primero las de la justicia. Esta semana tres fiscales de la PGR acudieron a una comparecencia por el caso de Javier Duarte, según el relato de Arturo Ángel de Animal Político, los fiscales se perdían entre sus documentos y contradecían sus propias acusaciones, resaltando por su desconocimiento absoluto del caso, al punto de provocar sonrisas en el acusado y su equipo de abogados. El relato twitteado resulta doloroso y vaticina la impunidad de uno de los políticos más corruptos y violentos que hemos tenido (y vaya que ha habido competencia). Pesan más los intereses personales y de partido, que el sentido común, la ley, las víctimas y la credibilidad del sistema de justicia.
Luego las electorales. Los consejeros del INE decidieron que no procederían las denuncias realizadas sobre las elecciones estatales del Estado de México y Coahuila. Concluyeron que no había elementos para investigar el exceso de gastos de campaña y la compra de votos. Hasta las más burdas trampas se perdonan y se ignoran, así sea a costa del descrédito de una institución frágil y vital para la democracia.
Finalmente, la presidencia y sus secretarías de gobierno. Desde gobernación, la PGR, la SCT, Hacienda, la SFP y la misma SRE, se ha visto un despliegue de escándalos de corrupción, incompetencia, abusos, contratos a modo, casas inexplicables, enriquecimiento ilícito y cinismo, mucho cinismo. Las consecuencias no llegan, ni llegarán. Con un presidente envuelto en sus propios escándalos, no es sólo el emperador sino toda la corte la que está desnuda y a la que vale madre que así sea. Nada hay por encima del negocio que ha significado la presidencia; aquí a nadie se le juzga, a los ladrones se les libera, a los secretarios de gobierno se les protege y al carajo se pueden ir las instituciones y su credibilidad.
Quien sea que llegue en el 2018, tendrá que rehacer las instituciones que han sido desmanteladas para hacer caber en ellas una insostenible ficción absurda de los que hoy se hacen llamar gobierno.
@Pablorciardo2
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