jueves, marzo 28, 2024

Mono capuchino

Por Alejandro Páez Varela

En una de las zonas más ricas no sólo de la capital del país sino de México, en Las Lomas, el mono capuchino no era un misterio. Cuando se escapó y anduvo de malviviente, los noticieros se preguntaban de dónde había salido. Pero hubo más fascinación por el cuándo y cómo lo iban a atrapar.

Sin embargo, los mismos que le dieron galletas durante sus días de prófugo para que sobreviviera por el rico vecindario sabían (decían) que su dueño era un empresario de nombre Ernesto Álvarez Morphy Alarcón que, hasta donde se sabe, nunca lo reclamó.

A diferencia del mono capuchino y de Armando Hinojosa Cantú, la vida y obra de Morphy Alarcón no es un libro abierto. En el círculo de los más ricos se dice que es un hombre que “lleva los negocios” del Presidente Enrique Peña Nieto, cualquier cosa que eso signifique. Y aclaro que no tengo un solo dato para confirmarlo, al menos ahora. Así me lo refirieron dos buenos amigos a quienes creo palabra-por-palabra. Lo que se menciona es que, desde que Hinojosa (el dueño de la “casa blanca” y de Grupo Higa) fue expuesto, el empresario se hizo más cercano a Peña. Y más lejano, más escurridizo.

Hay datos muy aislados de Morphy Alarcón que ni vale la pena repetirlos. Son previos al inicio de la Presidencia. Hablan de su presunta influencia en el ex Gobernador del Estado de México. Y luego viene un silencio bárbaro en su vida pública, aunque en el poderoso vecindario sí hay, parece, una cierta claridad de quién es él, de su presunta relación con el mono capuchino y de otras cosas.

–Es definitivamente muy cercano al Presidente, y el más listo –me dijo un periodista este fin de semana. Lo busqué específicamente para el tema. Sé que sabe. Me comentó que desde hace varios años Morphy Alarcón navega sin mástil ni bandera, a mar abierto pero con el motor encendido a todo lo que da. Y el que lea, entienda.

Esta breve historia que no incrimina a nadie me permite decir dos cosas. Una es que el pobre mono sufrió, en apenas unos días, lo mismo que millones de mexicanos: tanto alimento chatarra lo engordó y, de acuerdo con la Profepa, le disparó los niveles de azúcar.

Y dos: que sería interesante saber en dónde están encerrados los monos capuchinos de la élite empresarial, para empezar a perseguirlos (a los monos, por supuesto. A los monos). Las historias que habrá detrás.

***

En el imaginario de mucha gente, el pleito entre Andrés Manuel López Obrador y un puñado de empresarios es el anuncio de una tragedia por venir. Y lo imagina así, la mucha gente, porque ese puñado ha destinado cantidades incalculables de dinero durante muchos años para golpear al político tabasqueño y para alentar la idea de que no hay izquierda que no busque el fin del mundo.

Esos cientos de millones (¿miles, quizás?) no son una inversión imprudente para el puñado. Han dado frutos. Por un lado han frenado a AMLO por doce años (postergar, diría), y por el otro han logrado infiltrar a nivel molecular la estructura del poder político en México. Siempre han estado allí, pues; pero no como ahora. Y gracias al exitoso modelo de negocios, ese grupo tiene todo a la mano: leyes a modo, contratos a modo, dinero del Estado a manera de préstamos que les permiten invertir en obras a modo que les dan dinero para pagar los créditos blandos y para llevarse ganancias cómodas que acuerdan previamente, a modo.

No digo que todos los empresarios son eso. Digo claramente que un puñado. Y es el puñado el que más gana cuando se generaliza. Por eso lo dejo más que claro: es un puñado.

Se entiende que el puñado de empresarios esté asustado si gana el candidato de Morena. Tiene un país en sus manos, y ganancias a pasto. Y tiene un poder político inimaginable: los presidentes de este país, sin intermediarios, son sus aliados. Sus hijos van a la escuela juntos y veranean en las mismas playas y van a los mismos antros. El modelo le ha permitido sacarle sangre a millones y verse como sus salvadores y santos patronos.

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Ese puñado que ahora tiembla con López Obrador (yo también temblaría, si fuera del puñado) tiene las manos metidas en la prensa. Tiene fundaciones. Tiene sus nombres grabados a la entrada de los museos nacionales. Tiene uno o diez programas que reparten viviendas o medicinas (nunca he visto una sola casa o una aspirina). Tiene bancos. El Estado quiebra empresas estatales para vendérselas baratas y luego se las compra de regreso a precio de oro. El puñado manda a sus jóvenes promesas con becas (pagadas por el Estado, of course) al extranjero y cuando regresan los incorpora al servicio público y son una extensión de ellos mismos dentro el Estado y, claro, les dan a ganar todo lo que esperaban. Contratos, renombre, poder y una silla asegurada en la mesa de honor. Negocio redondo y por generaciones. Siempre hay negocio redondo por generaciones. Un modelo de negocios infalible… hasta que se atraviesa alguien con posibilidad de rompérselos. Y ése es, por primera vez en décadas, López Obrador.

Claro que yo estaría muy asustado y muy activo si fuera parte del puñado. ¿Qué es un desplegado? El pueblo mexicano les ha dado dinero para pagarse diez, veinte, diez millones. Tienen tanto como para envenenar/embobar a toda un país por un rato. Han ganado tanto que pueden voltear durante décadas las cosas: el diablo no son ellos; son los que quieren “acabar con el empleo” y “ahuyentar las inversiones”. Sí, yo estaría apostando el todo por el todo si fuera del puñado. Si alguien tiene miedo son ellos, justamente; no votarán por Meade, no son idiotas: harán todo para que Ricardo Anaya crezca.

Hoy, sin embargo, el puñado tiene un problema: el megáfono que usa lo trae ya muy manchado. Y lo digo en las palabras más coloquiales posibles: un tío mío decía que el que lanza cochinada se embarra las manos y el que apunta con el índice se apunta con tres dedos de su misma mano. El puñado ha lanzado cochinada por años y ya se le ve, la cochinada, en las manos.

Ese puñado de empresarios ha jugado muy cómodo desde la oscuridad. Ayuda a imponer presidentes y luego, cuando sale uno como Peña, se esconde y no rinde cuenta por ellos. O sale uno como Calderón, mueren cien mil mexicanos y el puñado no parpadea: más bien se concentra en el que sigue.

Pocos políticos han sido tan acosados (acusados) como AMLO durante tanto tiempo. Miles de millones, quizás, han sido gastados para manipular masas y ponerlas en su contra. Esos que lo han acosado ahora “alertan” de “riesgos”, cuando llevaron a millones de mexicanos a votar por al menos tres individuos (Vicente Fox, Calderón y Peña) que le han costado, a ésos millones, la vida de sus hijos, de sus padres; sus hogares (un millón de desplazados por la violencia) y sus empleos. Y mientras el país se tambalea de tanta pobreza, desigualdad, inseguridad e injusticia, la máquina de hacer billetes no se detiene. Todo lo contrario: de esa misma máquina es de donde sale la pregunta de esta elección: A ver, bola de jodidos, ¿qué no tienen miedo de que llegue AMLO?

***

Hasta que un día, el mono capuchino se escapa. Entonces brinca el nombre de su posible dueño, y de ése nombre se desprende otro.

Imagínense esto: si realmente un día se rompe el pacto de impunidad entre el puñado de empresarios y políticos, será como mil monos capuchinos sueltos en el vecindario. Y cada uno tendrá un nombre detrás. Y cada nombre, una historia que debe ser atendida.

Realmente no sé cómo le hará López Obrador si gana la Presidencia para, primero, atrapar a todos los monos capuchinos que se fuguen. Y luego, cómo le hará –ahora que anda en el amor y paz– para no indagar a los dueños, y los nombres detrás de ésos dueños.

Más bien creo que habrá cosas que la eventual Presidencia de López Obrador no podrá cumplir. Imagino que cada mono capuchino suelto será una exigencia ciudadana. Y también imagino que además de monos capuchinos habrá mandriles, orangutanes y gorilas del tamaño de King Kong corriendo, huyendo (si se sienten amenazados) o escondiéndose (como lo han hecho durante años) por todo el vecindario. Y lamento decirles (no tanto) que tendrá que dedicarse a atraparlos.

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