Por Manuel Tenedor (@ManuelTenedor)
Infinidad de veces he escuchado a personas abogar por la libre expresión de las ideas y al mismo tiempo limitar esa misma libertad en los demás sin darse cuenta. Nadie puede dudar que las redes sociales han sido un gran avance en la comunicación entre individuos y otorgado una voz “única” a todos los usuarios, pero también han incrementado la intolerancia.
Recientemente el gobierno federal publicó un spot en el que aparecen dos carpinteros, uno harto de las reformas y otro complacido por los supuestos beneficios. A estas alturas, seguramente el lector de esta columna ya vio o se enteró de este video y seguramente sigue esperando los beneficios de las reformas. Por cierto el video ya fue retirado del canal del gobierno federal en YouTube.
En agosto de este año, ARTICLE 19 y Fundar, Centro de Análisis e Investigación, presentaron el Informe Libertad de expresión en venta. Acceso a la información y censura indirecta en publicidad oficial. Dicho informe dice que fueron 14 mil 663 millones lo que gastó la administración de Enrique Peña Nieto en publicidad tan solo en sus dos primeros años de gobierno y claro, todo pagado con nuestros impuestos.
El spot no solo presume de buena producción sino que retrata una de las costumbres más retrógradas: no quejarse. ¿Acaso podemos darnos el lujo de no quejarnos?
Según el discurso oficial nada malo pasa en el país y todos es miel sobre hojuelas. Según la autoridad electoral Peña Nieto no llegó a la presidencia por fraude electoral, ni compró votos y respetó todas las reglas de la contienda. Según la prensa chayotera, México avanza a la modernidad. Según la PGR los normalistas de Ayotzinapa fueron calcinados. Según Virgilio Andrade, la Gaviota compró la Casa Blanca con su dinero.
Algunos sectores de la sociedad mexicana creen firmemente en que toda queja requiere de una acción concreta. Incluso hay otros que aseguran que si no votas no tienes derecho a quejarte ignorando que el padrón electoral ni siquiera registra en su totalidad a la población.
Esa misma sociedad si se permite quejarse de todo aquello que altere el confort de consumo como: fallas en el servicio de internet, un mal servicio en un restaurante y otro tipo de banalidades, pero curiosamente cuando te quejas de la ineptitud gubernamental, te piden acciones concretas que te den ese derecho a quejarte pero sin brindar el apoyo necesario a esas acciones tomadas por alguien con mas ímpetu de lucha.
Lo ideal sería que todos los que nos quejamos hiciéramos una revolución pero todavía sería más grandioso que nadie se queje de esos que aspiran con un mundo mejor. Para esta sociedad resulta más grave tapar las calles con una manifestación pública que seguir sometido por un gobierno corrupto que roba y se dedica a beneficiar los intereses de un pequeño grupo de privilegiados que sostiene sus privilegios a costa de la mayoría.
Es verdad que siempre hay que pensar en cómo salir adelante pero para muchos eso es sistemáticamente imposible. Entiendo que no hay que quejarse nomas por quejarse pero tampoco hay que satanizar de más el “quejismo”, porque dada la situación actual en el país los “quejosos” conscientes resultan ser ejemplo de salud mental.
Ya chole con los que se quejan de los que se quejan.
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